El viajero se convirtió en uno más. Los campesinos lo acogieron y lo alimentaron. Sin embargo el hombre no trabajaba en el campo, no ayudaba a las labores en las granjas, ni siquiera se dedicaba a divertir a los pocos muchachos ociosos. Él sólo hacía una cosa. Se dedicaba a construir algo, y era algo grande. Un edificio tan grande que todas las personas del reino podrían entrar en él.
Un día un niño se acerco al hombre y le preguntó qué era lo que construía. Él le respondió: "Construyo una ventana a un lugar mejor". Esas serían las últimas palabras que le oirían decir en mucho tiempo. Unas palabras que los campesinos tomaron como las de un pobre chiflado.
Pasaron los años y ya todos habían olvidado la razón por la cual aquel viejo loco había llegado a sus tierras. Pero un día, el viejo se levantó y dijo:
- Está terminado. He terminado mi labor. He construido una ventana a otro mundo. Estáis todos invitados a mirar a través de ella y contemplar las maravillas de los mundos lejanos.
Todo el pueblo se miraban confundidos. Lo cierto es que no se habían percatado de la gran torre que ahora se erguía majestuosa a las afueras de la ciudad. Y es que la torre había sido construida cual tallo que crece pero sólo Dios es capaz de verlo crecer.
Todo el mundo dejó sus labores y se acercó a satisfacer su curiosidad. La torre era enorme, hasta un gigante se intimidaría al ver aquella gran mole de piedra. Una gran puerta daba la entrada a la torre. Pero no era suficientemente grande como para permitir que aquella multitud entrara al mismo tiempo.
Con el tiempo y todos ya dentro, nadie pudo contener un suspiro de asombro. Miraron hacia arriba y vieron a mas personas y éstas les devolvían la mirada. Esas personas estaban felices, reían. No parecían tener ningún tipo de problema.
La vida después de la torre era maravillosa. Todo el mundo después de trabajar se acercaba a la torre a ver a aquellas felices personas de "el otro lado". Lo curioso era que siempre estaban allí en su torre. Siempre felices. Siempre contentos. La gente empezó a murmurar. ¿Por qué la gente de "el otro lado" siempre estaban en la torre? ¿Por qué no trabajaban?
La gente empezó a imitar a aquellas felices criaturas empezaron a dejar de trabajar más de lo necesario. Se negaban a pagar los excesivos impuestos que el señor feudal les exigía, pues todos querían ser como la gente de "el otro lado", todos querían ser felices.
El señor feudal, que ya era un anciano, se enteró de las recientes trifulcas y quiso ver con sus propios ojos las maravillas de la que hablaban. Así que se acercó disfrazado como un anciano campesino y entró en la torre. Miró hacia arriba y vio que los campesinos no mentían. Aquel mundo era maravilloso, todos eran felices y no parecían no tener ninguna preocupación.
Sin embargo al noble no le bastaba con mirar hacia arriba. No le bastaba con sólo observar. Si en ese mundo eran todos tan felices, el quería ser parte de ese mundo.
Apartó a golpes a la gente, se acercó a una de las paredes de la torre y empezó a escalarla. Al verlo, la gente decidió imitarlo y empezaron a escalar la torre también. Iban subiendo y subiendo el gigantesco edificio.
La ventana se veía cada vez más cerca y el suelo cada vez más lejos. Entonces la torre empezó a temblar. Alguien había desencajado una de las piedras inferiores de la torre y está se estaba tambaleando.
La gente con miedo empezó a bajar, pero el señor feudal no quiso bajar, le faltaba tan poco para llegar... Sólo unos centímetros más y estaría allí. Entonces se dio cuenta de una gran verdad, pero por desgracia ya era demasiado tarde. La torre empezó a caerse abajo. La piedras empezaron a sepultar a la gente que intentaba salir de la torre. Pero no.
La torre se había convertido en un sepulcro para toda la gente del pueblo, aquello que antes daba felicidad se había convertido en su tumba.
El emisario del rey se acercó a los escombros. Le había costado unos cuantos años. Pero todo había salido como había planeado.
El reino había sido vencido. El hijo del señor feudal ocuparía su puesto, pero no había ya nadie a quien gobernar. El almacén estaba vacío pues la gente había dejado de pagar los impuestos y sólo quedaban unas pocas cosechas de las familias. Que no bastaban ni para alimentar a los nobles del castillo apenas una semana o dos.
Entonces apareció un chico y se acercó a los escombros. Era el mismo niño que una vez le preguntó sobre su labor.
-¿Cuál es el secreto de la torre?- preguntó.
-¿El secreto? No hay ningún secreto. La torre era una ventana a otro mundo. Al mundo que está dentro de nosotros. No muestra ni más ni menos que aquellas cosas que sólo somos capaces de apreciar si están en manos de otros.
El chico se acercó y tranquilamente cogió un pedacito de cristal del suelo.
Era un trocito de espejo y entonces comprendió las palabras del anciano. Lo que veía la gente en "el otro lado" no era más que su propio reflejo. Toda esa gente había muerto por intentar conseguir lo que no sabían que tenían.
FIN.
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